Historias, poesías, reflexiones y críticas literarias. Todo por el amor a la literatura…

Month: October 2019

Me enamoré

Abril

Hoy, al mirarte a los ojos, supe que me había enamorado. Supe que te quería y quería estar contigo. Supe que al dejar tu lado, te estaría añorando, tu perfume, tu sonrisa, tus preguntas…
No me preguntes cómo, ni cuándo ni por qué, pues desconozco la razón por la que mi corazón te eligió a ti. Tal vez fue tu penetrante mirada al hacerme el amor, tal vez tus acciones que desencadenaron una serie de sentimientos en mí que desconocía estar preparada a compartir. Fue hoy, al compartir ese momento íntimo de silencio, mirándonos el uno al otro, cuando me percaté por qué latía con tanta fuerza mi corazón. Sentí la necesidad incontrolable de besarte. No lo hice. “Te quiero.” Te dije. Me miraste como si te hubiera abofeteado con inmensa violencia.
“¿Qué dijiste?” Preguntaste, aturdido.
“Te quiero.” Repetí, perfectamente consciente de que me habías oído la primera vez.
Sentí cómo mi corazón se encogía y cómo me ahogaba un sufrimiento abrumador. Sentí la impaciencia de las lágrimas, luchando por saltar de mis ojos. Me contuve. No quise que me vieras llorar al ver tu reacción.
“No sé qué decirte. ¿No íbamos a mantener una relación casual? ¿Qué pasó?” Tus preguntas eran como puñaladas. Deseaba desesperadamente ver aparecer un agujero bajo mis pies y que la tierra me tragara. Un nudo cada vez más asfixiante se iba formando en mi garganta. Deseé no haber pronunciado aquellas malditas palabras que ya no podía recuperar.
¿Por qué decidí decirlas en ese momento? No lo sé. Tal vez creí que sentías lo mismo, que estabas preparado para recibir mi amor. Tal vez imaginé que sonreirías y dirías, “lo sé, y yo a ti.”
Me enfadé, pero no contigo, conmigo misma por haber sido tan ingenua. Por haberme creído ser la protagonista de una de aquellas películas románticas con las que crecí. ¿Acaso pensé que era Pretty Woman? ¿O Meg Ryan en ‘Cuando Harry encontró a Sally’? “Trágame, tierra”, pensé. “Si existe un dios, que algo ocurra ahora para sacarme de esta situación”, seguí deseando.
Pero nada ocurrió, y sentí que ya no podía contener más las lágrimas. No quería que sospecharas el dolor que tu reacción me había causado, así que fui al baño, pretendiendo tener que orinar; tranquila, compuesta y fría.
“¿Estás bien?” Preguntaste casual.
“Sí, sí…” Mentí. No sentí que realmente te importara. Tu pregunta resultaba superficial y trivial. “¡Qué coño te importa!” Quise decir. Pero no, mantuve mi compostura y, una vez en el baño, lloré en silencio, sentada en el suelo con la espalda contra la puerta. Lloré y me sentí vacía, despreciada e infinitamente pequeña. No sólo me sentí rechazada, pero mi ego se sintió herido.
Se encogió mi corazón y me resultó increíblemente difícil recuperar el aire. Alimentar a mis pulmones con ese oxígeno imprescindible que ahora parecía escapar ahogándome en mi propia tristeza. Me sofocaba; más aún porque sufría en silencio. No podía gritar, no podía hacer un sólo ruido. Mis ojos se hinchaban y sentía cómo mi rostro se distorsionaba, mi expresión no era la misma. Tenía que contenerme. ¿Cómo escapar de esa situación sin parecer que huía?
No podía tardar, así que me limpié la cara con agua fría e hice lo que pude para disfrazar mi aspecto. Un poco de maquillaje, pensamientos agradables…
Estabas sentado en el sofá. Habías apagado el televisor —maldición—. Me mirabas. Me leíste en segundos, pero no dijiste nada. No enseguida. “¿Qué esperabas?” Preguntaste cuando al transcurrir varios minutos yo seguía sin pronunciar palabra. “Sabías muy bien lo que sentía. Sabías que me interesaba otra chica. Sabías que lo nuestro era casual.”
“¿Cómo puede ser tan fácil para ti?” Pensé sin conseguir que las palabras escaparan mis labios, liberándose así de la celda que era mi mente. No pude sino mirarte. Mi mirada clavada en la tuya, perdida en la infinidad de tus ojos oscuros.
“No quiero que sufras. Dime, ¿qué puedo hacer? ¿Será mejor que dejemos de vernos?” Prosiguió.
“¡¡¡¡SÍ!!!!” Gritaba en mi mente, pero las palabras aún prisioneras en la misma, capaces de existir tan solo en mi pensamiento. Seguía mirándote, petrificada en el momento en que me preguntaste qué había dicho cuando ambos sabíamos que me habías escuchado perfectamente. Quise cambiar de tema. Cobarde, lo reconozco, pero la reacción inevitable. No podía ganar. Si te decía que no quería volver a verte, sufriría porque no volvería a verte. Si te decía que no importaba, que podíamos seguir viéndonos como habíamos hecho hasta entonces, sufriría porque sabía que, mientras yo te hacía el amor, tú tenías sexo conmigo. Sabía que mientras yo no podía imaginarme besando a otro, tocando a otro, tú no tendrías reparo en besar, amar o sentir tu cuerpo desnudo contra el de otra. El dolor era insoportable en ambos casos. El dicho resonaba en mi mente —mejor cortar por lo sano que sufrir la agonía—. Sí, claro, en teoría, ¿pero quién coño tiene la sangre tan fría? Yo, desde luego que no.
Estaba petrificada en una situación imposible. ¿Cuándo me volví tan sensible? ¿O siempre lo fui? ¿Por qué no podía ser una de esas mujeres con sangre fría que, al ser rechazadas, se envuelven en los brazos de otro para olvidar? ¿Que, fuertes y decididas, siguen para adelante, dejando atrás lo inútil? Fuertes y capaces de soltar el pasado y dejarlo como tal, reconociendo lo imposible y dejándolo ser.
Tal vez porque mantenía la esperanza de que, tal vez ahora no me querías, pero tarde o temprano lo harías, porque yo era la protagonista de mi vida y, como tal, saldría vencedora. Al fin y al cabo, ¿no lo había hecho siempre? ¿No era cierto que la palabra “no” no cabía en mi vocabulario? ¿Era arrogancia? Probablemente. Pero era joven y estaba dispuesta a comerme el mundo. Había compartido demasiado contigo, te había dado mi corazón. No cabía en mi razonamiento la posibilidad de que tú tenías tu propia voluntad y tu propio corazón y aquello era algo fuera de mi control. ¿Por qué no podía comprender eso? Mi vida hubiese sido otra historia si hubiese reconocido tal hecho. Ahora, en mi vejez, mirando atrás, recordándote y el amor que por ti sentí, posiblemente el más profundo que viví, descubro en retrospectiva lo equivocada que estaba en tantos aspectos. Cabezota (léase delirante). Es la única palabra que mejor describe mi comportamiento en esos años.

Septiembre

No escapé aquel día. Me escondí en mi propio interior. No volvimos a hablar del tema. Yo disimulé como que no me importaba y tenerte cerca se convirtió en mi prioridad. Olvidé cuidarme y supuse que estar lejos de ti dolería más que no tener tu corazón. Cuánto me equivoqué. Durante los meses que siguieron sentía la ardiente necesidad de preguntarte sobre la otra chica, pero cada vez que lo hacía, sentía que el corazón se me encogía un poco cada vez. ¿Lo estaré dañando aún más? Me preguntaba. ¿Por qué te hacía esas preguntas? ¿Era masoquismo? ¿O la inevitable necesidad de añadir drama a mi vida? Preguntas que, hasta este día, no he conseguido contestar.
La mente es un núcleo complejo repleto de circuitos, sensores y todo tipo de nervios. Información que va y viene en milésimas de segundos. Además de todo lo que el cerebro es capaz de conseguir sin la ayuda de nuestro ser consciente, a veces aprende a dejar entrar pensamientos que aparecen de la nada y sin propósito alguno. Pensamientos que tal vez nos enredan el razonamiento y que parecen tan reales y tan posibles, que acabamos creyéndolos. He ahí el problema. Mis pensamientos me abrumaban. Me enganchaba a dichos pensamientos, cual drogadicto a su narcótico preferido. Esos pensamientos crecían y se convertían en sentimientos, y yo misma me encerraba en una realidad inexistente. Creía vehemente que sentías por mí algo que no existía, pero que tú aún no te habías percatado que estaba allí. Tan poderosa era esa creencia, que aún cuando comenzaste una relación seria con otra chica, me negaba a verlo. Podría decirse que padecía de un delirio agudo. No encuentro otra manera de explicarlo o entenderlo. El caso es que seguimos varios meses así. Tú perfectamente desapegado y yo apegándome cada vez más a una fantasía que era incapaz de romper. Incluso cuando sentía que el sexo no era más que sexo y pasabas más tiempo atento a tu teléfono que a lo que yo decía.
Aún así, estaba segura de saber mejor que tú mismo lo que realmente querías.

Enero

Año nuevo, vida nueva. Eso dicen siempre cada año. Como si nuestras personalidades fueran a cambiar mágicamente con el cambio del calendario.
En mi caso, mi historia de ficción seguía vigente en mi mente, aún cuando te notaba cada vez más distanciado y con menos esmero de verme para compartir mi cama. Estaba segura de que tu relación con esa chica (o tal vez otra), se había vuelto más seria. Cosa que nunca me contarías porque, en tales casos, siempre me afectaba demasiado y esa parte de mí que tanto detesto se apoderaba de mi razón y mi vena celosa y posesiva se hacía cargo de mí. No era una sensación agradable. En momentos como aquellos sentía que perdía el control por completo. Así que dejaste de contarme tus otras aventuras. Hasta que te enamoraste. De pronto todo acabó. Sin más. Fui yo la que confesó que ya no podía más. Todo el asunto era muy doloroso. No podía amarte y compartirte por más tiempo, aún cuando no me habías confiado que había otra, yo era consciente de ello. Te dejé, pensando que, como siempre antes, volverías a mí. Esta vez no lo hiciste. Esta vez fue definitivo.

Más adelante…

Dolor como aquél es difícil superar. Me llevó mucho tiempo abrirme a otra persona, y mucho tiempo confiar en mí misma y recuperar mi cordura. Encontrar ese equilibrio que había perdido cuando andaba buscando que tú me validaras.
Cuando lo pienso, me hiciste un favor. Seguir así contigo hubiese sido mi perdición. Todas las puertas que se abrieron en mi vida después de que lo nuestro terminara se debió a que me había vuelto a encontrar a mí misma. A la persona que era antes de ir buscando la validación de tantos hombres (o, tal vez siempre había buscado ese afecto ajeno, en lugar de buscarlo dentro de mí misma). Ahora utilizaba mi tiempo y energía para trabajar en lo que quería hacer con mi vida. Me felicidad se encontraba en mis metas, mis sueños y mis pasiones. Aprendí a conocerme a mí misma y a quererme tal cual era.

No hemos vuelto a hablar en muchos años, pero si alguna vez lees esto, quiero que sepas que agradezco haberte tenido en mi vida. Durante mucho tiempo sentí odio, rencor, desdén y todo tipo de sentimientos negativos hacia ti. Cuando por fin pude soltar toda esa carga que yo misma me echaba encima, entendí que fuiste necesario en mi vida para poder aprender a ser la persona que llegué a ser y que soy ahora, cuarenta años más tarde.
Sí, me enamoré. Tal vez pensabas que esta historia iba sobre ti. En parte, posiblemente, pero trata más del momento en que me enamoré de mí misma y de quién soy y de quién soy capaz (y fui capaz) de ser. En parte, te lo debo a ti.

Gracias por no enamorarte de mí.

20 de octubre, 2019

Un largo camino hacia la libertad – Nelson Mandela

La autobiografía de Nelson Mandela: Un largo camino hacia la libertad, cuenta la historia de su vida desde el principio, su infancia en Mvezo, un pequeño pueblo en el distrito de Umtata, a ochocientas millas de La Ciudad del Cabo.

Nos cuenta el origen de su nombre, y por qué recibió varios nombres. Nelson fue el nombre inglés que le dieron en la escuela, aunque su padre le otorgó el nombre Rolihlahla, perteneciente al lenguaje Xhosa que significa “arrancar la rama de un árbol”. A Mandela también se le conocía como Madiba, que era el nombre del clan al que pertenecía. Era una forma de dirigirse a él con respeto.

Lo que más me gustó de este libro es que no parece un biografía. Está escrito de tal manera que parece más una novela de ficción que la historia real del hombre que cambió la política de Sudáfrica. Bueno, seamos justos, no lo hizo solo. Recibió ayuda de un grupo de personas que querían cambiar el sistema político que había regido en Sudáfrica por más de trescientos años.

Cuando a Mandela le informaron de que debía contraer matrimonio por conveniencia, decidió huir de su pueblo e ir a Johannesburgo con un amigo. De ahí su vida política empezó a tomar forma. Mandela siempre estuvo interesado en los estudios. Estudió Derecho y empezó a trabajar en oficinas de abogados. Con el tiempo, él y Oliver Tambo abrieron la primera firma de abogados negros en Johannesburgo.

La vida de Mandela no fue fácil. Luchó por recibir los derechos civiles que todos los seres humanos merecen y que la población negra de Sudáfrica no conseguía. Se les trataba peor que a animales. No tenían ningunos derechos, ni siquiera a votar, por lo que el gobierno que acababa en el poder era siempre de blancos.

El Apartheid en Sudáfrica era deplorable, y cualquier lucha que creaban, el gobierno encontraba una manera de hacerlo ilegal. La frustración crecía y el partido CNA al que pertenecía (que era el partido más moderado y en contra de la violencia), no alcanzaba las metas que pretendían para cambiar la situación socio-política del país. Por lo tanto, crearon un partido que se dedicaría a “actos violentos”. Estos actos no pondrían vidas en peligro, pero se trataba de llamar la atención del gobierno. Cada vez que había un enfrentamiento pacifista por parte de cualquier grupo en Sudáfrica, el gobierno lo convertía en una matanza. Fue por ello que Mandela y un grupo de sus compatriotas en el CNA (Congreso Nacional Africano) se vieron obligados a fundar MK (Umkhonto we Sizwe).

Mandela nunca sintió odio por la gente blanca de su país, y tampoco fue nunca su intención erradicar esa parte de la población. Él quería crear un país en que todas las razas podían convivir en harmonía o, al menos, con un respeto mutuo.

Su lucha le llevó a juicio varias veces. El Juicio de Traición duró durante más de cuatro años, donde los acusados fueron absueltos, pero el gobierno hizo lo imposible para atraparlos de otra manera, y unos años más tarde, le volvieron a arrestar a él y a muchos de los acusados en el Juicio de Traición. Está vez sí fueron condenados porque, según su propia admisión, habían quebrantado las leyes. La cuestión era que las leyes eran corruptas y no tenían otra opción que infringirlas y luchar contra ellas para obtener sus derechos como seres humanos. En 1964 Mandela y sus compatriotas fueron sentenciados a cadena perpetua, empezando en Robben Island.

Durante sus años en prisión, sus hijos crecieron y uno de ellos murió trágicamente en un accidente de auto. No le permitieron atender el funeral. También empezó a escribir sus memorias furtivamente, pero el manuscrito original nunca vio la luz del día. Dentro de la cárcel luchó por algunos derechos como prisioneros. Su argumento era siempre que no eran delincuentes comunes, sino prisioneros políticos y como tales exigía que les trataran con un mínimo de respeto. La mayor parte de las veces perdía las batallas. Pero sí de algo no se le puede culpar a Mandela, era de darse por vencido. El hombre luchó hasta el final. Una lucha que, poco después de recibir la libertad, le convirtió en el primer Presidente negro de Sudáfrica.

Mi calificación para este libro es cinco estrellas de cinco. Está muy bien escrito, es interesante y se aprende muchísimo de la historia de Sudáfrica. Es cierto que al principio me costó un poco entrar en la narrativa, pues habían muchos nombres y muchos detalles que olvidaba fácilmente. Pero según uno se adentra en la vida y experiencias de este hombre tan notable, se hace más difícil soltar la lectura. También me resultó muy interesante porque, a pesar de que había oído hablar del Apartheid y de que la situación en Sudáfrica había sido horrible para la población de color (no sólo los negros, pero indios y cualquier raza que no fuera la blanca sufría alguna especie de racismo y prejuicio), poco sabía realmente de la magnitud del problema. Claro que todos sabemos quién es Nelson Mandela y que fue un gran hombre y que recibió el premio Nobel de la Paz… pero mi conocimiento no llegaba a más. Este libro me abrió los ojos en muchos aspectos. También me gustó que no hablara mucho de Martin Luther King Jr., que aunque vivieron vidas paralelas, lucharon en países diferentes y, en parte, situaciones parecidas y, asimismo, muy distintas.

Recomiendo este libro a cualquiera que esté interesado en aprender algo más de la historia de Sudáfrica y de la vida de Nelson Mandela.


Ahora, comparando el libro con la película, la versión cinematográfica pierde mucho del contenido de la versión escrita.

https://youtu.be/7HXJknSk-5Y

La película se centra mucho más en su vida sentimental, en sus matrimonios y en sus adulterios con su primera esposa (que, según entendí yo en su libro, no ocurrieron). Su esposa sospechaba que la engañaba, pero él le decía que estaba muy envuelto en la causa y en sus ansías de cambiar la situación del país, y que esas reuniones le mantenían ocupado hasta largas horas de la noche. En ningún momento corrobora su autobiografía lo que la película implica. Según él, el matrimonio no funcionó porque su mujer no lograba entender por qué él necesitaba estar tan involucrado políticamente. Sus diferencias eran demasiado como para solventar el matrimonio.

Ese tema aparte, que para mí realmente no lleva peso alguno en la historia y creo que hubiesen dejado mejor fuera, la película no explica en ningún momento lo que le llevó a Johannesburgo, ni porqué ni cómo se involucró en asuntos políticos. Muy por encima muestran las injusticias a las que la población negra se veía sometida y que Mandela condenaba. Pero la película fracasa en mostrar los distintos partidos políticos existentes en esa época. En cómo incluso los diferentes partidos no siempre se ponían de acuerdo. El Juicio de Traición ni siquiera se mencionó en la película, y ese juicio fue la fundación a lo que ocurrió posteriormente.

Pero lo que más me molestó de la película, es que Mandela, en su autobiografía, nombre con énfasis a aquellas personas que fueron muy importantes para el cambio y que trabajaron con él. Personas sin las cuales él no hubiese llegado a la posición a la que llegó. No nombra la relación tan fraternal que existía entre él y sus compatriotas. Tampoco muestra que los guardas en Robben Island apenas hablaban inglés, y que sólo hablaban bien el afrikáans. No muestra tampoco los viajes que hizo Mandela fuera de Sudáfrica para recaudar fondos para ayudar en la lucha contra el gobierno. Sus viajes ayudaron en parte a darle notoriedad internacional. Tampoco queda muy claro por qué finalmente decidieron soltar a los presos, pues no sólo a Mandela, sino también a los demás. No se cuenta cómo casi murió de pulmonía…

Y entiendo que no se puede poner todo lo que contiene un libro de más de seiscientas páginas, pero la película dura casi dos horas y media, y mucho de lo que muestra son sus relaciones amorosas que, en mi opinión, eran importantes, pero no lo más sobresaliente de la historia de su vida.

La película por sí sola está bien. Es una buena película, dirigida por Justin Chadwick (La otra Bolena), con Idris Elba como Nelson Mandela y Naomie Harris como Winnie Madikizela. Ambos actúan muy bien y recuerdo que cuando la vi por primera vez me gustó mucho. Pero si la vas a ver para aprender un poco sobre la historia de Sudáfrica, te recomiendo que leas el libro, pues en la película se han tomado libertades creativas que no pintan del todo los hechos tal y como ocurrieron en la realidad.

Allí queda mi crítica. Si has leído el libro y/o visto la película, comparte tus comentarios. ¿Estás de acuerdo o no con mi crítica? Me encantaría oír lo que tienes que decir. Y ya que estamos hablando de biografías, comparte en la sección de comentarios tu favorito, para añadirlos a mi lista de lecturas.

Gracias por leer!

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To hear my review in English, check out my YouTube video below.


20 de octubre, 2019

Carta del otro lado

Querida Mariana,

Espero que no llores al leer esto, aunque poco te puedo pedir desde donde te escribo. Es curioso, simplemente la noción de estar escribiéndote desde aquí me resulta inverosímil. Yo, que siempre pensé que “aquí” no existía.
Quiero espiarte cuando leas esto. Será mi manera egoísta de descubrir si realmente te importé. Ni siquiera sé por qué te envío esta carta a ti. ¿Qué explicaciones te puedo dar? Supongo que jamás me creíste tan escrupuloso, o tal vez sea cobarde la palabra correcta.
El caso es que aquí estoy y, ¿sabes qué? No me arrepiento. Supongo que el miedo se apoderó de mí antes de por fin volarme los sesos, como muchas veces había fantaseado hacer. Tantas otras veces en las que no tuve las agallas para llevarlo a cabo. ¿O es cobardía? No estoy seguro. En vida siempre oí que los que que se suicidaban —qué palabra más fea— eran unos cobardes. Que se habían dado por vencidos y ya no querían seguir luchando. Que habían tomado el camino más simple. Déjame decirte, simple no fue. Y tampoco estaba deprimido. Triste, posiblemente. Pero, ¿no eras tú quien me decía siempre que una pena infinita se traslucía a través de mis ojos? Sí. Triste, seguramente. Una tristeza sin cura, crónica, supongo. Tal vez estaba deprimido. ¿Qué sé yo?
Tal vez supuse que ya había vivido lo suficiente. Que había alcanzado muchas metas que jamás pensé lograría. Estarás pensando que cómo pude estar tan seguro… No te lo vas a creer, pero desde este lado puedo oír los pensamientos de la gente. Puedo caminar entre ustedes y escuchar lo que ronda sus mentes. Así que, cuando lo pienses, lo sabré.
Tendrás tantas preguntas. La luz blanca y las memorias que atropellan nuestra conciencia en el momento justo en que el último latido parte de nuestro corazón. Cielo o infierno. Almas perdidas, almas conocidas. ¿Y por qué sigo por aquí? ¿Estoy en el limbo?
No sé qué decirte. Ojalá pudiera explicarte que, desde esta perspectiva, todo tiene más sentido. Las nimiedades que nos preocupaban en vida ni siquiera existen en este espacio. Me veo como era, pero sé que no lo soy. No sé lo que soy, pero tengo mis memorias intactas. De hecho, las recuerdo mejor que ese día, cuando cumplí los treinta y decidí que ya había vivido lo que quería vivir.
¿Fui egoísta? No lo sé. Sin embargo, sé que no fue una decisión que me tomé a la ligera. Fue una decisión que me llevó años ejecutar. Tal vez porque siempre pensé que había algo más. Y, cuando te conocí a ti, realmente lo creí. ‘El amor de mi vida’, me dije. ‘La mujer con la que querría tener un hijo’, me aseguré. Estaba equivocado, como ambos sabemos.
Tal vez toda esta lógica la esté creando para justificar ese acto tan definitivo. Irrevocable. Tal vez me asuste pensar que treinta años no eran suficientes para alcanzar todo mi potencial, por lo que me justifico y digo a mí mismo que lo que hice fue la mejor opción para mí. Curioso cómo los pensamientos no se apagan en este lugar. Tal vez esto sea el infierno: una batalla incesante contra mis pensamientos. La teoría que rondaba en mi mente cuando chupaba la boca de la escopeta, era que, puesto que tú no me querías, y yo a ti más que a la vida misma, no merecía seguir adelante. Me dije que sería imposible amar tan apasionadamente de nuevo. Me convencí de que mi amor hacia ti era puro y real. Ahora lo veo a través de un cristal nítido. Creo que en vida lo miraba todo a través de un cristal de esos gruesos, como los de las botellas de Coca-Cola, donde el cristal es tan grueso y con un tono algo verdoso, que lo que está al otro lado no se distingue con certeza. Mi perspectiva de lo que era amor podía estar algo adulterada por el cristal por el que había decidido observar mi vida. No, no quiero pensar en ello. Sí, debí de amarte tanto que sin ti la vida no tenía sentido. Cuando me confesaste que te habías enamorado, sentí cómo una mano invisible se introdujo en mi pecho, apretó con fuerza mi corazón, y lo estrujó como una esponja vieja y gastada, lista para la basura. Exactamente donde creo que fue a parar mi corazón. En la papelera de lo inservible. Desde ese momento, creo que todo a mi alrededor se convirtió en un manto blanco y negro. Todo carecía de sabor, color, olor, sentido. Mis amigos intentaban animarme, diciendo que había muchos peces en el mar. ¿Qué coño significa eso? ¿Acaso no entendió nunca nadie que no se trataba de cantidad, sino de calidad? Nunca fui uno de esos tíos que buscaban enrollarse con la mayor cantidad de mujeres posibles. Tenía amigos que tenían una lista: las más guapas, las rubias, las morenas, las asiáticas, las negras, las pelirrojas, las gordas, las flacas, las que servían para más de una noche… etc. No todos mis amigos eran así, pero los había, como hay de todo. Yo, sin embargo, me enamoré de ti. Nunca fui muy extrovertido ni iba buscando el amor de mi vida. Simplemente pasó. Nos conocimos casualmente, mediante amigos. Entablamos amistad, nos enrollamos unas cuantas veces. Yo me quedé colgado, y tú saciabas tus deseos carnales. No te lo reprocho, que conste. Eso no es lo que estoy haciendo con esta carta. Perdona si lo ha parecido. Sólo quiero explicarme, tal vez intentar que calces mis zapatos por un corto tiempo para ver a través de esa puñetera botella de cristal. Es cierto que poco después de que me contaras lo de tu nuevo amante sentí desdén hacia ti. Sentí que te perdí el respeto. No me preguntes por qué. Tal vez porque paradójicamente me creía a la altura del mayor altruista de la historia o el mejor novio que pudieras tener. No lo sé. Pero te desprecié durante meses. Sé que te percataste de mi comportamiento y me dejaste, no porque te desagradaba, sino porque no pensabas que sentirte cerca me beneficiara. También por ello te desprecié. ¿Cómo te atrevías a ser más madura que yo? ¿A entender mejor lo que necesitaba? Que no iba realmente de la mano con lo que quería. A menudo lo que necesitamos y lo que queremos no compaginan.
Así seguí varios meses. Ahogándome en mi propio papel de víctima, olvidando el encanto de todo lo que la vida podía regalarme si me abría a la posibilidad. Ya me había encerrado en un cuarto oscuro, había cogido la llave y me la había tragado… y allí dentro se había quedado. Me fui distanciando cada vez más del mundo, de los demás. De mi familia, mis amigos o cualquiera. Cuando lo pienso, no creo que realmente tuviera que ver contigo. Creo que en mí existía un rincón oscuro. Creo que todos lo tenemos, claro que en cada uno se proyecta de manera diferente. En mi caso, me llevó a un aislamiento, una tristeza y un malestar abrumador. Un sentimiento de menosprecio propio, de no valer. Perdí mi trabajo porque no me podía concentrar en lo que hacía, lo que resultó en más tiempo dentro de mi propia mente. Tiempo que realmente no necesitaba. Cada pensamiento que cruzaba mi consciencia se quedaba allí. Lo agarraba como si fuera la verdad absoluta, y me apegaba a él como si mi vida dependiera de ello. ¿Que el pensamiento me decía que era un fracaso y que tenías suerte de no haberte enamorado de mí? Lo sujetaba con fuerza, lo dejaba convencerme un poco más, y me lo metía en el bolsillo para sacarlo en la posteridad cuando necesitaba convencerme nuevamente del desastre andante que era. ¿Que un pensamiento agresivo tocaba a la puerta a punto de echarla abajo y me decía que mi vida era una mierda y que todos en ella estarían mejor sin mí?
“Oye,” le decía “cuánta razón tienes. ¿Te quedas aquí y desarrollas más esa noción para entender mejor en todo lo que he fracasado?”
“Con gusto.” Me respondía, y allí tenía otro compañero disponible a maltratarme y darme de palos cuando se lo pidiese. Estos pensamientos se convirtieron en mis mejores amigos en este cuarto oscuro del que no lograba escapar.
Mis fieles compañeros.

Te comenté antes que este lugar parece real —yo me siento real— pero no lo es. Estoy solo. Al menos, desde que llegué no he visto a nadie. Estoy esperando a ver a todos mis seres queridos, o tal vez los que nos volamos los sesos con una escopeta no tenemos esa opción. No sé qué creer. Lo único de lo que estoy seguro es que dejé el mundo que conocía y estoy aquí. Te explico. Te conté que podía ver y escuchar los pensamientos de los vivos. Pues bien, este lugar es como un paralelo de ese lugar, pero como si estuviese cubierto de una neblina borrosa y blanquecina, o una de esas redes para dormir. Puedo ver, escuchar y sentir, pero no puedo tocar, no puedo ser ni escuchado ni sentido. Como un espejo/cristal de una sala de interrogación policial. No es desagradable. Sé que mis palabras no le hacen justicia a la experiencia de por sí, pero siento calma. También te comenté que los pensamientos aquí no parecen haberse olvidado de mí, pero no son los mismos que me acompañaban en mi cuarto oscuro. No. Estos son más reflexivos. Siento que son lo opuesto a lo que eran. Como si se tratara del yin y el yang. ¿Me entiendes? No me atacan. Aparecen, se sientan en un rincón de mi mente unos instantes, hasta que reconozco su presencia, los escucho y los dejo ir. No me aferro a ellos.
Es curioso sentir calma cuando uno ha decidido dejar el escenario de una manera tan violenta.

He de confesarte que te mentí. Sí que me arrepiento. Cuando paseo por este paralelo de lo que una vez fue, veo la vida de otra manera. Veo que había una solución para cualquier problema. Nada era realmente vano, a pesar de que había momentos en que lo parecía. Los momentos en los que me sentía solo y tenía que elegir entre pagar el alquiler o comer… esos momentos me parecía que no tenían solución. No podía ver cómo salir de esa situación. Me ahogaba en mis propios fracasos y me convencía a mí mismo de que ése era yo: el que nunca conseguía nada de lo que quería. No pude tenerte a ti, perdí mi trabajo, nunca tenía dinero… Sentía como si cada problema contribuyera a la destrucción de la posibilidad de la otra. Sin embargo, aquí, envuelto en una soledad diferente, veo el mundo sin distracciones. Lo veo, pero no lo vivo. No lo siento como cuando era parte de los seres a quienes le latía el corazón. No, paradójicamente, con esta red a mi alrededor, veo más claramente de lo que había visto jamás antes.
¿Cómo voy a conseguir que recibas esta carta? ¿Cómo voy a hacer que llegue a ti? Tengo la certeza de que hay un vínculo entre este mundo y el tuyo, en el que puedo dejar esta carta para que la leas. No quiero que sientas lástima por mí. Tal vez empecé a escribirla con esa intención. Sé que mi pluma era el odio y el rencor en un principio, pero a lo largo de mi relato, y cuanto más tiempo llevo aquí, la compasión se ha apoderado cada vez más de mi corazón rencoroso. Tal vez pienses que he escrito esto de una sola sentada. Te equivocarías en semejante suposición. Empecé a escribir nada más llegar, pero de eso hace treinta años. O al menos treinta años en mi mundo. No sé cuál es el equivalente en el tuyo.

Lo cierto es que te extraño, claro que ya te extrañaba incluso cuando estaba con vida. Te extrañaba porque yo mismo me había alienado del mundo y me había mudado a mi cuarto oscuro. Añoro a todos aquellos a quienes quise; y especialmente siento pudor al saber el sufrimiento que causó no sólo mi muerte tan violenta, sino que mi padre me tuviese que encontrar en el estado en que lo hizo.
Perdona mis palabras tan impetuosas —o si parecieron serlo— al principio de esta carta. Perdóname por haberte empujado de la manera que lo hice. Espero que seas feliz y que sepas que estoy bien donde estoy. Aunque sé que es inútil arrepentirse de lo ya ejecutado, quiero que sepas que el mayor motivo de hacerte llegar esta carta es prevenir que recibas otra de alguna otra persona a la que estimas. No me malentiendas; ni te culpo ni pienso que era tu responsabilidad salvarme. La soledad es así de desgarradora y maldita. Te engaña y te atrapa entre sus garras y te susurra al oído que no le importas a nadie. Sólo te pido que si ves a alguien a quien quieres alejarse poco a poco de ti, extiéndele una mano para que la soledad no le atrape primero. Tal vez eso le ayude a no tragarse la llave del cuarto oscuro.

Cuídate y gracias por tu amistad.
Sinceramente,
Yo.

Si tú o alguien que conoces sufre de depresión y tiene pensamientos suicidas, por favor marca este número:

717 003 717

Allí darás con el Teléfono de la Esperanza para atención en crisis.


20 de octubre, 2019

Mi sueño

El océano siempre me fascinó. Supongo que el hecho de haber crecido en una isla ayudó con esa fascinación casi obsesiva.
Todo lo perteneciente al océano me atraía: su vegetación, el mundo que allí existía tan lejos de nuestro alcance. Lo desconocido, lo singular y lo temido. Entre esto último, los tiburones. Fueron siempre las criaturas que más picaban mi interés. Tal vez porque me sentía en cierto modo identificada con ellos: totalmente incomprendidos. Quería aprender a entenderlos mejor, a comprender su comportamiento, sus costumbres y todo a lo que ellos se refería. Cuando era niña recuerdo haber visto la película Tiburón de Spielberg. Me asustó mucho, pero de una manera que despertaba más aún mi curiosidad.
Había leído que algunas especies de tiburones estaban en vías de extinción. Había leído las atrocidades que algunas culturas ejercían contra estos pobres animales: pescándolos del agua, cortándoles las aletas y arrojándolos vivos de nuevo al agua, para que allí murieran en el fondo del océano, sin poder protegerse, luchar o morir dignamente.

¿Por qué se le temía tanto? Durante mi adolescencia leí todo lo que pude sobre estas pobres criaturas, como que la carne humana no les agradaba. Era más probable que un rayo te alcanzara que ser atacado por un tiburón. Tal vez el miedo existía porque hay tanto del mar abierto que el ser humano no comprende. Tal vez porque no tenemos control sobre las criaturas y todo lo que se esconde en sus profundidades. No lo sé, lo que sabía cuando era joven es que quería trabajar con tiburones. Así que estudié para ser bióloga marina. Tuve ocasiones de observar de cerca a dichos animales. Eran impresionantes.
Ahora, a mis más de 60 años puedo estar orgullosa de mis logros, entre ellos, estudiar un cardumen de tiburones durante años, entablando amistad con uno de ellos. Recuerdo vívidamente los días que me sumergía allí, entre ellos, y Roco (así lo llamé), venía a mí para que le acariciara, tal cual perro de casa. Fue una experiencia increíble.
Desde aquellos días, mucho ha cambiado en el medio ambiente. La captura y carnicería de tiburones en los océanos —todos ellos— fue prohibida hace muchos años. Con el conocimiento, viene la libertad, y cuando la gente se hizo consciente de que la sopa de aleta de tiburón requería tal maltrato, la demanda disminuyó inmensamente.
Hoy en día sigo trabajando con estas criaturas e intentado educar a la gente sobre su naturaleza y su comportamiento para que, tal vez, dejen de ser temidos y, por tanto, dejen de ser animales en vía de extinción.

14 de octubre, 2019

Me toca dejarte

Te miro y siento por ti un amor increíble. Has sido todo lo que una criatura como yo hubiese podido pedir de alguien que le cuidó. En cuanto te vi aquel día a través del cristal de mi prisión supe que eras tú. Tú serías la persona que se ocuparía de mí. Así que intenté llamar tu atención. Salté, grité, di vueltas por mi celda y cuando me paré para ver si mis acrobacias habían surtido efecto, supe enseguida por tu mirada que había cautivado tu corazón. Eras mía.
De pronto estaba en tus brazos, y desde ese momento hemos sido inseparables. Es cierto que a veces me sentía algo atosigada, pero no puedo negar que la atención me gustaba. Y mucho.

Recuerdo nuestro primer paseo, nuestras salidas a los bosques para ir de caminata. Sé que no podías ir sin mí. Yo era tu compás y dirigía el camino con orgullo, siempre delante para que no te perdieras.
Recuerdo cuando me llevabas de viaje allí adonde tú fueras. La primera vez que subí a un avión fue una experiencia de los más irreal. Te notaba nerviosa, supongo que no sabías si me pondría a ladrar de la excitación, el miedo o ambas. También creo que pensabas que utilizaría mi cama como retrete, pues me pusiste algo muy raro alrededor de mis partes privadas. No te lo reprocho, ¿pero no había otra manera?

Lo siento por aquella vez que te preocupé tanto cuando me comí las barras de avena con chocolate oscuro. Me puse malísima. Me hinché como un globo y me llevaste con urgencia y hecha una bola de nervios al lugar ese donde íbamos alguna vez y me pinchaban, observaban, o me daban algo que me hacía dormir. No me gustaba mucho ese sitio, aunque siempre me trataron bien. También lo siento por todas las veces que no podía evitar sino escapar de casa por la puerta trasera para aventurarme al mundo exterior. Descubrir por mí misma y sin tu tutela lo que se ocultaba en el mundo fuera del hogar. Sé que te preocupabas inmensamente cuando desaparecía así, aunque siempre regresaba, sobre todo cuando oía mi bolsa de la comida llamándome. ¡No se te escapaba una! ¡Qué aventuras! Recuerdo cada vez que tenías el corazón roto por alguna razón u otra. Entendí que se debía a que el humano con un olor específico había dejado de aparecer por casa. Nunca entendí por qué dejaban de venir ciertos humanos. Yo jamás te hubiese abandonado… excepto ahora que no tengo otra opción. Sé que me lo perdonarás. En esos momentos me acercaba a ti y me acurrucaba junto a tus piernas, me echaba en tu regazo e intentaba lamer las lágrimas que corrían por tus mejillas. Entonces me abrazabas y me sentía tan afortunada de tenerte a mi lado, que mi corazón se aprieta en mi interior sabiendo que no sé quién te cuidará de aquí en adelante.

Tú sabes que ha llegado el momento. Después de 15 años juntas, mi cuerpo ya no puede más. Hace seis meses descubrieron la razón por la que tenía sangre en la orina, o eso creo, pues después de aquella visita al lugar ese con olor a muchos animales, empezaste a darme unas pastillas con la comida. Me hacían sentir algo mejor, pero tanto tú como yo sabíamos que eso sólo aplazaba ligeramente lo inevitable.
Como sé que la muerte está pisándome los talones, me acerco a ti todo lo que puedo. Me recibes con lágrimas en los ojos, conociendo la razón de mi necesidad de tenerte cerca. No sólo por mí, sino también por ti. Sé que te va a doler, sé que vas a sufrir y posiblemente te prometas no adoptar a otra criatura como yo. Pero yo sé que eres fuerte. Sé que lo superarás y que recordarás todas las aventuras que hemos pasado juntas y tu corazón se llenará de amor y de luz. Sé que querrás repetir la experiencia con un perro nuevo.

Ahora voy a posar mi cabeza aquí sobre tu regazo… Me entra un cansancio abismal… Me pesan los párpados…

15 de octubre, 2019

Amor incondicional

Anoche no pude dormir. Me dolía el estómago. Tuvo que ser algo que comí, aunque no entiendo bien qué. Todo lo que comí hoy olía delicioso, así que dudo que ésa fuera la causa, aún cuando me decidí por recoger comida que no estaba en mi plato. ¿Y quién puede culparme? Allí estaba… ¿el qué? Bueno, no lo sé exactamente, pero a mi olfato le gustó. Estábamos paseando, y lo olí antes de verlo. Estaba oculto detrás de un arbusto, pero fui lo suficientemente sagaz para embocarlo sin que Oliver pudiera impedirlo.
—¡Ja!— Pensé que me había salido con la mía.
Poco después empecé a vomitarlo todo. No solo mi captura furtiva, sino lo que había desayunado. De pronto no me sentía tan bien. Perdí el apetito y solo quería dormir. No me apetecía levantarme. Oliver me miraba con inquietud. Me acariciaba más de lo normal y me preguntaba incesantemente si todo estaba bien. Cuando volví a expulsar los contenidos de mi estómago (o lo que en él quedaba), vi rastros de preocupación en su rostro. Los humanos son fáciles de leer. Enseguida se les dibuja una luz diferente a su alrededor dependiendo de su ánimo: amarillo si están felices, blanco si están sosegados, rojo o naranja si están enfadados, violeta si están preocupados…
Soy muy perceptivo para estas cosas.
La cuestión es que enseguida cogió el objeto ese del que nunca se despega, se lo llevó al oído y en breve me estaba llevando al coche. Estábamos de camino a… bueno, no tardaría en saberlo. Curiosamente, a pesar de que siempre me excitaba y emocionaba cuando íbamos de excursión, me sentía terriblemente apático y desganado. Sólo quería cerrar los ojos y dormir.

Llegamos a nuestro destino.
—¡Oh, no! Reconozco ese olor.— Era el lugar a donde Oliver me llevaba cuando me inyectaban con objetos desagradables y luego me sentía medio raro. Intenté resistirme, pero no tenía fuerzas. Mis patas flaquearon y me derrumbé.
Lo próximo que recuerdo era estar en casa. Oliver echado junto a mí, en el suelo, junto a mi cama. No me sentía muy bien, aunque sí mejor que antes de nuestra pequeña aventura al sitio que no será nombrado. Oliver me miraba con cariño. Su luz era azul claro —preocupación mezclada con tranquilidad—. Le lamí la mano lentamente. Me miró, sus ojos hinchados. ¿Había estado llorando?
—Mi perro tonto— Me dijo y me acarició con cariño la cabeza. Me miró tiernamente y me dio un beso justo donde más me gusta, por encima del hocico, entre ceja y ceja. Cerré los ojos e intenté dormir. Me sentía más tranquilo, aunque como ya he dicho, no logré dormir mucho.
Hoy me siento mejor. Me reconozco más a mí mismo y Oliver me mira sonriente.
En su mano tiene la correa para salir a pasear.
Creo que me siento con ganas y fuerzas para ello.

12 de octubre, 2019

Las cenizas

Así que a esto se reduce tu existencia. O tal vez sean nuestros recuerdos que acaban de esta manera, en una bolsa que pesa unos cuantos gramos. Hace dos semanas te tenía en mi regazo, ronroneando tranquilamente. Acariciaba tu cabecita y, es cierto, estabas más delgado, más débil y tus días parecían cada vez más pesados. Empero te veía vital y con ánimos. 
Hasta que de pronto tu cuerpo ya no pudo más… y me dejaste. Ahora, lo único que me queda de ti es una cajita con una bolsita que posee tus restos. El polvo de lo que fuiste. Eso, y el vacío que dejó tu ausencia. Tu lugar favorito en el sofá o en el suelo junto a la puerta del balcón no son sino lugares del apartamento.

Te extraño, amigo mío, aunque mantengo con cariño el lazo que nos unió durante todos esos años. Todas nuestras experiencias juntos y todo lo que viviste conmigo: mi primer marido, mis subsecuentes parejas, todas las mudanzas que tanto te estresaban, incluyendo de una provincia a otra, las visitas al veterinario, el susto que me diste cuando unos años antes casi mueres. Eras una criatura resistente… hasta que dejaste de serlo. 

Gracias por haberme elegido para cuidarte. Te quise, te quiero, te querré.


14 de octubre, 2019

Julio Verne — Veinte mil leguas de viaje submarino

Veinte mil leguas de viaje submarino es la historia de un científico que por circunstancias del azar, se ve forzado a viajar bajo la superficie del mar en un submarino llamada Nautilus con el capitán Nemo.

Acompañado de su sirviente y un arponero, el protagonista, Pierre Aronnax, recibe un trato cordial y frío del capitán, que ha perdido la fe en la humanidad y utiliza el Nautilus como un medio para ocultarse del mundo exterior y atacar a barcos que se le acerquen. No sabemos mucho de su vida, Julio Verne no indaga dentro del capitán, pero sí sabemos que en algún momento perdió a su familia y que culpa a alguien de tal pérdida. No sabemos quién es responsable o cómo ocurrió, pero sí que es un hombre reservado, un tanto desequilibrado, pero leal para con su tripulación.

El arponero, un canadiense de Québec, no soporta la idea de pasar tiempo en el submarino. Es un hombre sencillo, que disfruta de su trabajo y navegando los mares. El submarino le parece una condena que ni ha buscado ni se merece. El sirviente de Annorax es más pasivo. Se limita a seguir a su empleado y a resignarse a lo que las circunstancias traigan en su camino. Es una persona inteligente y leal, y uno no puede sino encariñarse con él y respetarle.

Durante el transcurso del libro, nuestros protagonistas planean y piensan en maneras de escapar, mientras viven aventuras y descubren un mundo que jamás podían haber imaginado existía. Luchan contra monstruos marinos y descubren el Atlántida. Al final de la novela, Nemo se encuentra con su gran enemigo, un barco que, de nuevo, no sabemos a qué país pertenece, pero parece ser el blanco que el capitán ha estado intentando encontrar para atacar y destruir. Lo consigue, pero poco después el submarino se ve succionado hacia el torbellino maelstrom. Sin embargo, nuestros 3 cautivos logran escapar, y son rescatados en la costa de Noruega.

La novela tiene varios puntos interesantes:

  • Los personajes son complejos
  • Las descripciones de las aventuras son fantásticas
  • La narrativa está bien desarrollada y la estructura de la novela consigue picar la curiosidad del lector
  • Personalmente soy muy aficionada de las novelas de ciencia ficción, aventuras y lo supernatural, así que ésta tenía un poco de todo. Bueno, no sé si supernatural entra dentro de esta historia, pero tal vez un poco sí con los monstruos marinos.

    Probablemente lo más interesante de la novela es lo poco que sabemos de Nemo y si consiguió salvarse al final o qué ocurrió exactamente con el Nautilus.

    Por lo tanto, si eres aficionado, como yo, de este tipo de género, te recomiendo que le des una oportunidad a esta novela. Es corta, se lee fácilmente y es entretenida. Una buena lectura de fin de semana.

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    VEINTE MIL LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO

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    20,000 Leagues Under the Sea book review

    16 de octubre del 2019