Llevaba un largo rato observándome al espejo. No, no era vanidad, era un intento más bien inútil de encontrarme en mi mirada. O, mejor dicho, encontrar a la niña que se escondía en mí a través de mis ojos. Siempre escuché que los ojos eran la ventana al alma, así que me decidí a poner dicha teoría en práctica. Creo que habrían pasado como quince minutos, desesperadamente buscando lo que no lograba encontrar. Tal vez eso es lo que pasa cuando una siente que la vida se le echa encima, los años la ahogan y las arrugas empiezan a asomar en un rostro que no deja lugar a dudas el paso de los años. Tal vez es lo que ocurre cuando el último intento al amor se esfuma, dejando un vacuo tan oscuro y abismal, que parece que un agujero negro se ha introducido para no permitir que la luz, la alegría o la esperanza puedan penetrar.
Fuera lo que fuese lo que esperaba hallar en aquel ejercicio, no lo conseguí, o tal vez hacer tal afirmación sea algo prematuro, pues algo sí que ocurrió, empero no lo que confiaba descubrir.
Como he dicho, habían pasado ya varios minutos largos, cuando un destello inesperado apareció en el centro del espejo, justo donde se reflejaba mi nariz. No entendí de dónde procedía aquel brillo extraño, pues ninguna lumbre se reflejaba en ese ángulo, ni tan siquiera la del poderoso astro solar. Intenté ignorarlo y volver a concentrarme en mi mirada. “Venga, venga, venga, Alba, ¿dónde estás?” Insistí frustrada. También había leído en algún lugar que cuando una fuerza las cosas a que ocurran, lo que consigue es lo contrario. Me froté los ojos, y al volver la mirada al espejo, se había creado una especie de ilusión como si el centro fuera líquido y unas ligeras ondulaciones se formaran a partir del centro, cual agua que cambia de forma cuando una gota hace contacto con su superficie. Parecía que el centro del espejo se hubiese derretido y estuviese formado por una capa líquida de plata. Mi primer instinto era tocarlo, pero mi cerebro me avisaba que lo desconocido era peligroso, ¿o no había visto suficientes películas de terror y ciencia ficción en las que alguien mete la mano en algo extraño y se convierte en un ser líquido, o en piedra, o desparece o qué se yo? Pero la curiosidad luchaba con la razón. Por esta vez, la primera ganó la batalla. Recordé el dicho que Stephen King había utilizado en algunas de sus novelas: “la curiosidad mató al gato, pero la satisfacción le devolvió la vida.” Veamos si es verdad, me dije, y metí la mano hasta el hombro, recibiendo un cosquilleo agradable recorrer mi cuerpo, seguido de una fuerza poderosa que me absorbía. Sentí miedo y, asombrosamente, también me sentí exaltada e increíblemente revitalizada. Tal vez, al fin y al cabo, había encontrado a mi niña interior… ella hubiera metido el brazo.
Cerré los ojos como un reflejo de protección, como si cerrarlos me salvaría la vida si fuese a caer en manos de algún monstruo hambriento o una reina amargada de las de los cuentos de hadas.
Al abrirlos, me encontré en una casa moderna y amplia. Miré a mi alrededor, esperando encontrarme a los habitantes de tal hogar con algún arma para protegerse de tal intrusa. Al no oír ni ver a nadie, busqué algún lugar donde esconderme, o la puerta de la calle, o un espejo por el que volver a mi humilde vida que tanto dolor me producía en esos momentos. Tal vez me había desmayado y estaba soñando porque me había golpeado la cabeza, muriéndome en esos momentos en el suelo del baño de mi casa. “Qué morbosa eres, por dios,” pensé. Bueno, si estoy en el limbo, podré indagar un poco, ya que estamos. De pronto oí pasos que se apresuraban hacia mí, pero no eran pasos humanos, sino la carrera de un perro que se apresura a la puerta cuando siente la presencia de su amo. Me asusté, pensando que el perro de la casa habría oído algo que mi sentido auditivo no lograba percibir. Desesperada volví a buscar una puerta de salida. Vi la de un balcón y me apresuré a salir, pero según cerraba la puerta, un precioso pastor australiano saltó hacia mí como si fuese lo mejor que le hubiera pasado en todo el día. Aquel que ha tenido un perro sabe lo que es ser recibido por un can que no ha visto a su dueño en horas (¿días?). Caí al suelo sonriendo, y el animal se me subió encima, lamiéndome como si me conociera de toda la vida. Al sentarme descubrí que el balcón tenía vistas al mar: un extenso manto esmeralda cuya superficie se extendía hasta el horizonte.
Me levanté, acaricié la cabeza de mi fiel amigo, que se había sentado junto a mí. Miré a mi alrededor. Respiré un aire tan puro que sentí que mis pulmones se purificaban con cada aliento. Decidí entrar en la casa e investigar.
Cuál no sería mi sorpresa al descubrir mis libros favoritos en las estanterías, unas habitaciones y una decoración que reflejaban lo que siempre había soñado que mi hogar ideal sería, y fotos… de mí… mi familia y, por lo visto, una pareja que me hacía sonreír.
Entré en el baño, pensando que igual me había reencarnado en otra persona, o tal vez esperando encontrarme tirada en el suelo, dispuesta a despertarme. Me miré en el espejo… y allí la vi. A la niña que había intentado encontrar con tanto esfuerzo. Cuando el destello y las ondulaciones volvieron a aparecer, sonreí, salí del cuarto, cerré la puerta, y fui a jugar con mi perro.
27 de noviembre, 2022